ASALTO
AL TREN
Caudé está cerca de Teruel, a unos 17 kilómetros. Por allí
pasaba el ferrocarril que realizaba su última parada antes de entrar en
la estación de Teruel. Por Concud, situado más adelante, discurría de
largo.
"Pepito"
fue el artífice de la gesta, acompañado de todos sus hombres y otros
de refuerzo entre los que me encontraba yo.
Era
el 7 de julio de 1947 cuando, tras desarmar a la Guardia Civil y
apoderarnos de sus uniformes, recuperamos un botín cuantioso en
aquellos tiempos, de nada menos que 700.000 pesetas. Pero entremos en la
historia:
Por
aquellos años todavía se recibía el salario en mano, estaba lejos la
domiciliación de nóminas en los bancos, por lo que el "tren
pagador" era esperado con avidez por los ferroviarios. Pensamos
dar un golpe con amplia repercusión social y salió de acuerdo con lo
planeado, en parte por "Carlos".
Serían
las seis de la tarde y dejé, junto con mi compañero, la pensión
"El Rincón", de la ciudad. Nos acercamos por el Tozal hasta
la plaza del Torico repleta de gente, para confundirnos con los "vaquilleros",
pues se celebraba la fiesta de la "Vaquilla del Angel". Con la
camisa blanca, la blusa negra, y el pañuelico rojo, nos encontramos
tranquilos sin temor a que nos descubra la Policía. Incluso creo ver
caras conocidas que procuro esquivar.
En
rápida ojeada, localizamos un taxi espacioso, amplio, de acuerdo con
las instrucciones recibidas. Su chofer, Ramón, se muestra confiado
cuando le decimos que precisamos su servicio, con naturalidad.
-
¿A dónde les llevo?
-
A Calamocha.
-
Si pueden esperar diez minutos... he de llevar a una señora al psiquiátrico,
que ha venido a ver a su hijo subnormal, y vuelvo enseguida.
-
¡De acuerdo!, por aquí le esperamos.
Las
bandas de música con sus ritmos estereotipados, aparecen y desaparecen
de la plaza acompañadas del jolgorio de los peñistas, que bailan al
ritmo de la música, muchos desacompasados. Pancartas anunciando el
nombre de las peñas, gentes contemplando la escena desde los balcones,
y el tiempo que transcurre más de lo previsto. La salida se ha demorado
hasta las 20 horas, pero el día es largo.
-
¿A Calamocha han dicho?.
-
Sí.
Pero
un poco antes del desvío hacia Albarracín, el taxista Ramón queda con
signos de extrañeza al oír:
-
Tira por la carretera de Albarracín, hemos cambiado de pensar.
-
Pero no han dicho que...
-
Obedece, somos guerrilleros de Levante... maquis, que decís vosotros.
Hemos
recorrido algo más de diez kilómetros, cuando se divisa a lo lejos un
camino que sale en dirección Este.
-
Toma ese camino hasta la majada que hay allí, señalamos.
El
chófer no rechista. Aliviamos su nerviosismo ofreciéndole un
"Ducados" que acepta, y para que no se entere de nuestros
planes comenzamos a dialogar en francés.
A
las dos de la madrugada llega la brigada de "Carlos" y "Pepito",
todos en traje de campaña, nosotros también la hemos cambiado por la
ropa de "vaquillero". Los cinturones arropados con bombas de
mano nos un dan aspecto bélico que se completa con la revisión de las
metralletas y su puesta a punto.
"Olían
a cueva, como gitanos", decía más tarde Ramón cuando le interrogó
la Guardia Civil.
Sacamos
de los petates conservas para reponer las fuerzas, y las rociamos con
vino que compré en las fiestas, con una bota típica.
El
tiempo se hace lento, al hacerse los minutos largos.
¡Mal trago!, exclamo.
-
Oye -contesta Carlos-, sal y vigila por si las moscas... ya conoces la
señal. No olvides que si te duermes te meto un tiro entre las cejas...
no lo olvides.
Ya
está empezando a amanecer. Todos estamos dispuestos para partir. A
algunos les toca quedarse. Bien armados, a campo traviesa, nos dirigimos
en dirección al apeadero. Recorremos la distancia de más de cinco
kilómetros en menos de una hora; "Juan", conocedor del
terreno, va delante.
El
tren de mercancías número 8.052, con 44 unidades y su vagón pagador a
la cola no podía tardar, aunque siempre suele llevar retraso. El sol
comienza su amanecer, con un color rojizo fuerte; el rocío, nos lanza
el frío de la mañana, como si quisiera refrescarnos la cara y las
ideas.
Con
facilidad, detenemos al jefe de Estación y su ayudante, así como a
otras dos personas que esperan el tren. "Asturias" se
encarga de cortar los cables del telégrafo y el teléfono, con una
rapidez digna de un profesional. "Asturias" caería más tarde
(el 30) en una emboscada cuando nos encontrábamos en la masía
"Ayora", de Tronchón, a la edad de 39 años.
Han
pasado dos horas de larga espera y el tren se acerca. Tomamos al jefe de
estación, muy asustado. Le tranquilizamos. "Si obedece... no le
pasará nada". "Da la señal verde para que el tren entre sin
dificultad". "Póngase con el banderín junto a la vía como
suele hacer todos los días".
Un
fuerte pitido se oye a lo lejos. Por la "trinchera" aparece
amenazador el tren, y en un chirriar de frenos se detiene envuelto en
vapor.
Los
primeros en bajar son la pareja de la Guardia Civil de escolta. "¿No
hay novedad?". Antes de que puedan contestar el jefe de estación,
se ven rodeados de guerrilleros armados hasta los dientes.
-
¡Portaos bien y no os pasará nada!-. grita Carlos-. ¡Llevadlos con
los otros y quitadles los uniformes!-, se oye decir a Pepito.
Todo
va normal hasta que de un vagón se tira un sujeto, desconocedor de la
situación.
-
¡Alto! ¿Adónde vas?
-
Por agua...
-
¡Déjate de agua y vuelve a tu sitio!
Por
el mismo camino, a campo traviesa, regresamos a la majada portando una
saca que contenía 750.000 pesetas. Antes, hemos contactado con un
pastor-enlace que nos dice, "todo sigue igual, nadie ha venido por
aquí".
"Antonio"
y "Carlos", con "Asturias" y "Ricardo",
toman el taxi y se dirigen al campamento instalado en los "Montes
Universales". Nosotros emprendemos una nueva aventura, mientras
el chófer, lívido, nos ve alejarnos con su coche. "¡Tranquilo,
hombre... lo recuperarás sano y salvo!".
"Ricardo"
acabó su vida en un enfrentamiento con la Guardia Civil, al mes
siguiente (8-8-47) en La Ginebrosa.
El
taxista sufrirá violentos interrogatorios de la Guardia Civil que
intentará descubrir si estaba colaborando con nosotros y, algo muy
curioso: le volvimos a encontrar dos meses más tarde, en una
"Operación de control", en la carretera de Corbalán, con
unos feriantes que se dirigían a la Feria de Ganado de Cedrillas. Ramón,
en principio, no me reconoció, pues íbamos disfrazados con los
uniformes que despojamos a la Guardia Civil.
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