LOS GUERRILLEROS DE LEVANTE EN LA PROVINCIA DE TERUEL

CAPITULO 3

        

Autor: Mariano Esteban Pueyo

ASALTO AL TREN

 

  Caudé está cerca de Teruel, a unos 17 kilómetros. Por allí pasaba el ferrocarril que realizaba su última parada antes de entrar en la estación de Teruel. Por Concud, situado más adelante, discurría de largo.

"Pepito" fue el artífice de la gesta, acompañado de todos sus hombres y otros de refuerzo entre los que me encontraba yo.

Era el 7 de julio de 1947 cuando, tras desarmar a la Guardia Civil y apoderarnos de sus uniformes, recuperamos un botín cuantioso en aquellos tiempos, de nada menos que 700.000 pesetas. Pero entremos en la historia:

Por aquellos años todavía se recibía el salario en mano, estaba lejos la domiciliación de nóminas en los bancos, por lo que el "tren pagador" era esperado con avidez por los fe­rroviarios. Pensamos dar un golpe con amplia repercusión social y salió de acuerdo con lo planeado, en parte por "Carlos".

Serían las seis de la tarde y dejé, junto con mi com­pañero, la pensión "El Rincón", de la ciudad. Nos acercamos por el Tozal hasta la plaza del Torico repleta de gente, para confundirnos con los "vaquilleros", pues se celebraba la fiesta de la "Vaquilla del Angel". Con la camisa blanca, la blusa negra, y el pañuelico rojo, nos encontramos tranquilos sin temor a que nos descubra la Policía. Incluso creo ver caras conocidas que procuro esquivar.

En rápida ojeada, localizamos un taxi espacioso, amplio, de acuerdo con las instrucciones recibidas. Su chofer, Ramón, se muestra confiado cuando le decimos que precisamos su servicio, con naturalidad.

- ¿A dónde les llevo?

- A Calamocha.

- Si pueden esperar diez minutos... he de llevar a una señora al psiquiátrico, que ha venido a ver a su hijo subnor­mal, y vuelvo enseguida.

- ¡De acuerdo!, por aquí le esperamos.

Las bandas de música con sus ritmos estereotipados, aparecen y desaparecen de la plaza acompañadas del jolgorio de los peñistas, que bailan al ritmo de la música, muchos desacompasados. Pancartas anunciando el nombre de las peñas, gentes contemplando la escena desde los balcones, y el tiempo que transcurre más de lo previsto. La salida se ha demorado hasta las 20 horas, pero el día es largo.

- ¿A Calamocha han dicho?.

- Sí.

Pero un poco antes del desvío hacia Albarracín, el taxista Ramón queda con signos de extrañeza al oír:

- Tira por la carretera de Albarracín, hemos cambiado de pensar.

- Pero no han dicho que...

- Obedece, somos guerrilleros de Levante... maquis, que decís vosotros.

Hemos recorrido algo más de diez kilómetros, cuando se divisa a lo lejos un camino que sale en dirección Este.

- Toma ese camino hasta la majada que hay allí, señala­mos.

El chófer no rechista. Aliviamos su nerviosismo ofrecién­dole un "Ducados" que acepta, y para que no se entere de nuestros planes comenzamos a dialogar en francés.

A las dos de la madrugada llega la brigada de "Carlos" y "Pepito", todos en traje de campaña, nosotros también la hemos cambiado por la ropa de "vaquillero". Los cinturones arropados con bombas de mano nos un dan aspecto bélico que se completa con la revisión de las metralletas y su puesta a punto.

"Olían a cueva, como gitanos", decía más tarde Ramón cuando le interrogó la Guardia Civil.

Sacamos de los petates conservas para reponer las fuerzas, y las rociamos con vino que compré en las fiestas, con una bota típica.

El tiempo se hace lento, al hacerse los minutos largos.  ¡Mal trago!, exclamo.

- Oye -contesta Carlos-, sal y vigila por si las moscas... ya conoces la señal. No olvides que si te duermes te meto un tiro entre las cejas... no lo olvides.

Ya está empezando a amanecer. Todos estamos dispuestos para partir. A algunos les toca quedarse. Bien armados, a campo traviesa, nos dirigimos en dirección al apeadero. Recorremos la distancia de más de cinco kilómetros en menos de una hora; "Juan", conocedor del terreno, va delante.

El tren de mercancías número 8.052, con 44 unidades y su vagón pagador a la cola no podía tardar, aunque siempre suele llevar retraso. El sol comienza su amanecer, con un color rojizo fuerte; el rocío, nos lanza el frío de la mañana, como si quisiera refrescarnos la cara y las ideas.

Con facilidad, detenemos al jefe de Estación y su ayudan­te, así como a otras dos personas que esperan el tren. "Asturias" se encarga de cortar los cables del telégrafo y el teléfono, con una rapidez digna de un profesional. "Asturias" caería más tarde (el 30) en una emboscada cuando nos en­contrábamos en la masía "Ayora", de Tronchón, a la edad de 39 años.

Han pasado dos horas de larga espera y el tren se acerca. Tomamos al jefe de estación, muy asustado. Le tranquilizamos. "Si obedece... no le pasará nada". "Da la señal verde para que el tren entre sin dificultad". "Póngase con el banderín junto a la vía como suele hacer todos los días".

Un fuerte pitido se oye a lo lejos. Por la "trinchera" aparece amenazador el tren, y en un chirriar de frenos se detiene envuelto en vapor.

Los primeros en bajar son la pareja de la Guardia Civil de escolta. "¿No hay novedad?". Antes de que puedan contestar el jefe de estación, se ven rodeados de guerrilleros armados hasta los dientes.

- ¡Portaos bien y no os pasará nada!-. grita Carlos-. ¡Llevadlos con los otros y quitadles los uniformes!-, se oye decir a Pepito.

Todo va normal hasta que de un vagón se tira un sujeto, desconocedor de la situación.

- ¡Alto! ¿Adónde vas?

- Por agua...

- ¡Déjate de agua y vuelve a tu sitio!

Por el mismo camino, a campo traviesa, regresamos a la majada portando una saca que contenía 750.000 pesetas. Antes, hemos contactado con un pastor-enlace que nos dice, "todo sigue igual, nadie ha venido por aquí".

"Antonio" y "Carlos", con "Asturias" y "Ricardo", toman el taxi y se dirigen al campamento instalado en los "Montes Universales". Nosotros emprendemos una nueva aventura, mien­tras el chófer, lívido, nos ve alejarnos con su coche. "¡Tran­quilo, hombre... lo recuperarás sano y salvo!".

"Ricardo" acabó su vida en un enfrentamiento con la Guardia Civil, al mes siguiente (8-8-47) en La Ginebrosa.

El taxista sufrirá violentos interrogatorios de la Guar­dia Civil que intentará descubrir si estaba colaborando con nosotros y, algo muy curioso: le volvimos a encontrar dos meses más tarde, en una "Operación de control", en la carretera de Corbalán, con unos feriantes que se dirigían a la Feria de Ganado de Cedrillas. Ramón, en principio, no me reconoció, pues íbamos disfrazados con los uniformes que despojamos a la Guardia Civil.